Este cómic toca bastante tangencialmente los asuntos que normalmente trato en el blog pero al ser un relato que trata del más famoso caso de brujería de los Estados Unidos (y posiblemente el más famoso del mundo) e implica una comunidad de puritanos, no puedo evitar conectarlo mentalmente con Solomon Kane y con una cuestión que, además, me plantea cierto debate interno a lo hora de reflejar la brujería en mis partidas y en otras cosas que escribo relacionadas con la Edad Moderna.
En el mundo de la ficción fantástica, y especialmente la de influencia lovecraftiana más o menos explícita, la visión de la brujería está muy influida por tópicos y esquemas muy superados por la investigación antropológica actual. Especialmente las fantasiosas teorías de Margaret Murray que, pese a tener un influjo fundamental en el nacimiento de la wicca moderna, han sido desechadas mayoritariamente por los académicos.
Las teorías de Murray se basan en describir la brujería como una antigua religión neolítica, un culto fundamentalmente femenino que habría sobrevivido a los diversos cambios culturales de Europa de forma subterránea, ocultándose y fusionándose con religiones posteriores. La cacería de brujas habría sido un estallido del enfrentamiento entre esta antigua religión y el cristianismo dominante que se habría saldado con el casi total exterminio de sus practicantes.
Hoy los estudiosos buscan explicaciones muy diferentes sobre el origen de la creencia y como diversos factores estructurales (de género, raciales, económicos, culturales, psicológicos y religiosos) provocaron el estallido violento de la persecución a principios de la Edad Moderna. Principalmente no hay rastro, documental o testimonial, que permita afirmar la existencia de ninguna supervivencia milenaria en el siglo XVI y las pruebas aportadas por los defensores de esta teoría ancestral son circunstanciales y poco convincentes.
Estas explicaciones modernas suelen considerar, lógicamente, que las víctimas de la caza de brujas eran inocentes: no eran sacerdotisas de un antiguo culto, no practicaban ninguna magia particular ni eran servidoras del diablo (no más que cualquier otro de sus contemporáneos al menos). Por ello al usarlas en la ficción fantástica (donde la magia es real y a menudo sirve a poderes oscuros) se me plantea cierta incomodidad por transformar a las víctimas en monstruos y, tengo que admitir, el camino contrario, convertirlas en mártires de ideas que no habrían podido concebir, tampoco me satisface.
Las teorías de Murray se basan en describir la brujería como una antigua religión neolítica, un culto fundamentalmente femenino que habría sobrevivido a los diversos cambios culturales de Europa de forma subterránea, ocultándose y fusionándose con religiones posteriores. La cacería de brujas habría sido un estallido del enfrentamiento entre esta antigua religión y el cristianismo dominante que se habría saldado con el casi total exterminio de sus practicantes.
Hoy los estudiosos buscan explicaciones muy diferentes sobre el origen de la creencia y como diversos factores estructurales (de género, raciales, económicos, culturales, psicológicos y religiosos) provocaron el estallido violento de la persecución a principios de la Edad Moderna. Principalmente no hay rastro, documental o testimonial, que permita afirmar la existencia de ninguna supervivencia milenaria en el siglo XVI y las pruebas aportadas por los defensores de esta teoría ancestral son circunstanciales y poco convincentes.
Estas explicaciones modernas suelen considerar, lógicamente, que las víctimas de la caza de brujas eran inocentes: no eran sacerdotisas de un antiguo culto, no practicaban ninguna magia particular ni eran servidoras del diablo (no más que cualquier otro de sus contemporáneos al menos). Por ello al usarlas en la ficción fantástica (donde la magia es real y a menudo sirve a poderes oscuros) se me plantea cierta incomodidad por transformar a las víctimas en monstruos y, tengo que admitir, el camino contrario, convertirlas en mártires de ideas que no habrían podido concebir, tampoco me satisface.
Dejando de lado esta disgresión general sobre la brujería y volviendo al cómic en si se trata de una obra ambientada en las colonias de Norteamerica pero realizada por un autor francés: Thomas Gilbert, que se encarga de guión, dibujo y coloreado de la obra, publicada el año pasado en Francia con el título de Les Filles de Salem (las hijas de Salem) y también aparecido ya en inglés.
Texto e ilustración juegan aquí a menudo al contraste, con un dibujo muy expresivo y dramático que contrasta con una narración y diálogos a menudo lacónicos y que pueden parecer fríos o demasiado simples, pero creo que reflejan la falta de herramientas para articular su pensamiento de los personajes. La voz principal es la de Abigail Hobbs, una muchacha de 14 años que actúa como narradora e hilo conductor de los acontecimientos, muchas veces sin entender completamente lo que sucede o sin saber expresar todo lo que desea.
Por ello, en el dibujo, los rostros y los cuerpos se deforman expresivamente y a menudo todo adquiere el aire de una siniestra alucinación, en la que hacen aparición también el uso de imaginería diabólica medieval (no muy en linea con las creencias puritanas, por otra parte). También hay un contraste entre visiones casi bucólicas, normalmente del mundo natural en torno al pueblo, y momentos sangrientos reflejados con una crudeza que puede echar para atrás a algunos de los lectores más sensibles. Todo ello sirve para expresar lo que las palabras de Abigail no pueden o no quieren decir.
De la misma forma que Arthur Miller en el Crisol lo convirtió en una metáfora del macarthismo y la persecución ideológica en la Norteamérica de los 50, Gilbert lo convierte en una historia de represión femenina y de lucha y sororidad feminista. Este es un acercamiento, sin duda, legítimo pero me parece importante señalar que no debemos confundir este relato con los acontecimientos reales. Así hay importantes cambios en algunos de los personajes y las relaciones entre estos y algunos cambian su nombre o sus circunstancias profundamente; la misma protagonista Abigail Hobbs es un trasunto más amable de la histórica Abigail Williams cuyo papel de dedo acusador es dejado de lado para adoptar completamente el de víctima.
Quizás se habría agradecido una breve introducción que explicara de forma breve este contexto y que dejara claro la naturaleza no totalmente histórica de lo que está contando; es un relato hermoso, efectivo y bien narrado y, como la buena ficción, ofrece una visión a menudo más coherente y lógica que la terca e imprevisible realidad pero creo que corremos el riesgo de que la mitología del juicio oculte su realidad. En vez de eso se incluye un artículo de la filósofa Celia Amorós que, aún estando completamente de acuerdo con lo que plantea, no ayuda, a mi entender, a arrojar más luz sobre lo que cuenta el cómic y que, en gran medida, parece independiente de este.
Puntuación: 7/10
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