Frente a una constante corriente crítica en internet que lleva diciendo que Marvel está acabada desde hace más tiempo ya del que podemos recordar hasta ahora, aunque con proyectos irregulares y resultados comerciales decepcionantes, siempre había podido encontrar cosas disfrutables en casi todas las películas (y series) del MCU (excepción de la deplorable Invasión Secreta). Lejos de la locura del hype que culminó en Endgame las películas posteriores parecen vivir en un círculo de decepción constante que hace más satisfactorio criticarlas, con motivo o sin él, que simplemente disfrutarlas como las películas entretenidas, sin más, que en general han sido. Sin embargo este cuarto capitán américa, la primera en que el manto del personaje recae en Sam Wilson (Anthony Mackie) tras la retirada de Steve Rogers (Chris Evans) si me ha parecido un verdadero paso en falso, una película fallida en demasiados sentidos para simplemente sumarla a la cuenta de la diversión intrascendente.
El argumento parece diseñado para traer a la palestra muchos asuntos que parecían haber quedado olvidados, respondiendo a las exigencias de aquellos que criticaban proyectos anteriores por no avanzar un supuesto arco general. Al parecer en el cuerpo del Celestial que se alzó parcialmente en Los Eternos (Eternals, 2021, Chloé Zhao) los japoneses han conseguido sintetizar Adamantium, un metal con capacidades aún más increíbles que las del vibranium wakandiano. Por ello el recientemente elegido presidente Thaddeus Ross (Harrison Ford) está intentando forzar un tratado internacional sobre la explotación del mismo de forma justa, pero una fuerza misteriosa aparentemente está dispuesta a todo por impedirlo. Estos planes terminan implicando al nuevo Capitán América en una investigación para descubrir las verdaderas intenciones de Ross y quién está detrás de esos movimientos.
El aire de thriller de espías-político que había caracterizado a las dos películas anteriores del Capi se intenta mantener pues en esta, pero el argumento se sujeta con alfileres y su supuesta complejidad se derrumba ante el análisis más básico. El supuesto genio que tira de los hilos parece sentir una necesidad absurda por la complejidad, o quizás simplemente por mantener la longitud de la película en los parámetros habituales de una película de este tipo.
Las connotaciones políticas del argumento, que parece diseñado precisamente para dar un mensaje, se quedan cortas en un intento, supongo, de no ofender o de pulir cualquier detalle verdaderamente peliagudo ante las circunstancias de la política real de ese país. Quizás los analistas del futuro podrán escribir largos análisis las escenas finales y su relación, o no, con la reelección de Trump pero la película en si parece tener muy poco que decir (o no atreverse a hacerlo).
Vemos ciertos elementos y personajes presentados en la serie de Halcón y Soldado de invierno que son reutilizados, pero desprovistos de cualquier posibilidad crítica. En particular la utilización de Isaiah Bardley (un esforzado Carl Lumbly) para ofrecer una especie de reconciliación sin reparación, de exigencia a la víctima a jugar según las reglas del abusador, que parece casi ofensiva cuando cualquier furia remanente sobre la injusticia se disuelve en buenas intenciones vacías. En ese marco la escena más emotiva de la película, con un Mackie que demuestra tener mucho más talento de lo que el resto del metraje ha dejado traslucir, suena igualmente vacía frente al resto de la película.
Pero si el argumento puede resultar cuanto menos convulso, barroco en el desarrollo pero simplísimo en su idea central, deberíamos confiar en que al menos los elementos visuales, o al menos las escenas de acción, proporcionaran el valor de entretenimiento del que carece la trama. Y aquí también la película de Julius Onah deja bastante que desear, con peleas y escenas de acción completamente olvidables, sin ningún momento que destacar en una película plagada de peleas que se resuelven de forma rutinaria. La pelea en el laboratorio es quizás la más interesante, sin llegar a resultar memorable, pero aquellas en las que el traje del Capi acapara todo el protagonismo resultan, por contra, especialmente sosas.
Narrativamente la película no ayuda tampoco nada a su material, ofreciendo una literalidad pasmosa en su su lenguaje visual y en el desarrollo de esa trama de cartón piedra, con abundantes diálogos que reiteran una y otra vez las cosas que acabamos de ver, y un uso igualmente tosco de los leit-motivs visuales. Algunas escenas visualmente extrañas parecen producto de reescrituras y arreglos de última hora, resueltos con pantalla verde, que no ayudan nada, especialmente en los compases finales que parecen haber sido remendados de cualquier manera después de malos resultados preliminares.
En conclusión para mi el mayor tropiezo real de esta fase del MCU, una señal de lo difícil que es hacer una buena película cuando en realidad no tienes nada que contar, o cuando no tienes el valor para contarlo.
Puntuación: 4/10
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