Releyendo: Hellboy, Semilla de destrucción por Mike Mignola y John Byrne


Y tras (volver a) ver y reseñar la última peripecia cinematográfica del personaje toca dar un repaso a los clásicos de este blog releyendo y comentando la primera miniserie de Hellboy publicada en el lejanísimo 1994

Se trata de una miniserie en cuatro partes que, en su escala y concepción, no parecía presagiar la escala del fenómeno Hellboy y que formaba parte de en un intento editorial de Darkhorse (en la estela de la recien nacida Image) de lanzar una linea de cómics de autor creada por famosos del mainstream americano en la que destacaban los nombres de Frank Miller, John Byrne o Walter Simonson, y por supuesto Mike Mignola (a los que luego se unieron otras jovenes promesas como Matt Wagner y Mike Allred)


En la edición original venía complementada por la presentación de Monkeyman and O'Brien, una pareja de aventureros-científicos (uno de ellos un gorila parlante) creada por Arthur Adams para su propia serie del sello Legend, que no tendrían una vida editorial demasiado larga. Curiosamente el estilo de Adams, prolijo y detallado, y el guión, desenfadado y más fantacientífico, daban lugar a un curioso contraste en estos primeros números.

El sello Legend en sí desaparecería en 1998, dejando tras de si algunos buenos cómics pero sobre todo buenas ideas no totalmente desarrolladas y dos grandes leviatanes del cómic como son el Sin City de Frank Miller y, por supuesto, Hellboy.

Mike Mignola había iniciado su carrera como dibujante para las dos grandes a mediados de los ochenta y había iniciado un proceso de refinamiento de su estilo  en que los grandes bloques de negro y los colores de fuerte contraste van dominando sobre la linea y el detalle. Esta tendencia minimalista continuará acentuándose aún en las décadas siguientes, donde el dibujo de Mignola se va convirtiendo más y más en una definición de espacios de color. Personalmente creo que el estilo Mignola alcanzó su mejor momento entre mediados de los 90 y mediados de los 2000, quizás cayendo luego en un exceso de simplificación y geometrización de las formas aunque, eso si, con un mejor control de la composición.

Hasta el 94 podemos encontrar en su carrera maravillas del dibujo como la miniserie de Fafhr y el Ratonero Gris (guionizada por Howard Chaykin y publicada por Epic entre 1990-1991) o la elegante Batman: luz de gas (con Bryan Augustyn en 1989) o la curiosa Odisea Cósmica (en que tiene ocasión de dibujar a los personajes del 4º Mundo de Kirby). Era sin duda un dibujante respetado y, sobre todo, que contaba con un estilo muy característico, prácticamente único, que distanciaba visualmente sus obras de cualquier otro.

Pero nunca había publicado un guión y es por eso que para su estreno en Hellboy cuenta con la ayuda en los diálogo de John Byrne, con quien había coincidido en Mundo de Krypton, la miniserie en la que se establecía el nuevo pasado de Krypton tras las Crisis en Tierras Infinitas. Es difícil decir cual fue la aportación concreta de Byrne al cómic, pero curiosamente en sus páginas aparece la Antorcha de la Libertad, un personaje creado por él que es uno de los pocos rastros que quedan en el cómic de la intención original de situar las series de varios creadores de Legend en un universo compartido, idea que se abandonó posteriormente.  Quizás esta convivencia de superhéroes más tradicionales  (ya que la tradición superheroica está presente en Hellboy también) habría dado lugar a un universo de Hellboy muy diferente al que se iría dibujando posteriormente.

Semilla de destrucción se abre con un flashback, introducido prácticamente por una serie de fotografías, como si asistiéramos a una presentación de diapositivas (formato de presentar la información que se repetirá de forma explícita más adelante en la serie) que poco a poco van tomando movimiento para convertirse en una película.  Tanto es así, el valor cinematográfico de muchas de las escenas de esta miniserie (y de la siguiente) que algunas de estas imágenes aparecen trasladadas casi exactamente en la apreciable Hellboy de Guillermo del Toro.

Una característica importante de esta primera minisierie es que define ya gran parte de la metratrama del personaje, presentando muchos de los elementos más característicos de la misma, y que estos elementos giran sobre todo en torno a la tradición pulp, con mayor peso de lo ocultista-lovecraftiano  que las tramas mitológicas que irán cobrando importancia más adelante. Pero también siembra, si se me permite, su propia Semilla de Destrucción, la promesa de un apocalípsis pone fecha de caducidad a un universo que parece dirigirse a un futuro prefijado (por mucho que demos vueltas para llegar).

Quizás como efecto de la presencia de Byrne en los diálogos (o por intentar contar lo más posible en una historia que no se sabía si tendría continuidad a largo plazo) es más verbosa que otras historias de Hellboy, con largos diálogos expositivos y un Hellboy menos lacónico de lo que será habitual. Sin embargo aún los personajes parecen aún faltos de desarrollo y una personalidad diferenciada.

Tenemos un templo olvidado en el techo del mundo, donde descansa una deidad monstruosa, premoniciones del fin de los tiempos, textos malditos y secretos familiares, pero, por supuesto, Hellboy no puede ser más diferente del protagonista lovecraftiano, resolviendo la trama a base de golpes con su mano de piedra. El elemento de ocultismo nazi también está muy presente, prometiendo un protagonismo de los componentes del proyecto Ragnarok que también se irá diluyendo con el paso de los años.

Visualmente el cómic me parece apabullante, sus páginas con el negro como color base (sustituyendo al blanco como fondo) ofrecen algunas de las imágenes más perdurables de los personajes, la icónica presentación de Rasputin o esa página final del número 2, con nuestro protagonista siendo arrastrado literalmente fuera de la página por una criatura monstruosa.  Es interesante el uso que hace Mignola de abundantes referencias arqueológicas (romanas, aztecas, mayas o románticas) que utiliza para crear los fondos de muchas escenas y, por supuesto, su habilidad para dibujar a las monstruosidades tentaculadas que tanto nos gustan. Quizás sea algo falida algo de la selección de colores (diría que hay un abuso del morado).




Una última anotación sobre el estilo de dibujo, resulta interesante contrastar como el mismo físico de los personajes (y especialmente el de nuestro protagonista) ha ido evolucionando al tiempo que el estilo del creador del mismo ha cambiado, el contraste puede leerse incluso en las portadas, comparando el Hellboy original (arriba) con el del retapado de la edición de 25 aniversario (abajo)


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