La historia de Bonnie y Clyde (como la de Pretty Boy Floyd, la de John H. Dillinger y otros) forman una parte de la mitología de la era pulp que ha tenido una larga tradición en las pantallas y en la literatura, la lista de películas y acercamientos, más o menos fidedignos, se hace demasiado larga para hacerla aquí.
Por supuesto debo mencionar aquella que en gran medida ha definido para los cinéfilos a la pareja de criminales, la fundamental Bonnie y Clyde (1967) de Arthur Penn, que ha pasado de polémica a, casi podríamos decir, canónica, y que marcó toda una serie de producciones en los 60 y los 70 sobre forajidos y criminales en que, al contrario que la ficción clásica, se ofrecía una narración centrada en los malos de la historia, marcando la época dorada de los antihéroes. En esa película el agente de la ley Frank Hamer (interpretado en ese caso por Denver Pyle) aparece casi como una caricatura, una representación que llevó a su viuda a denunciar a la productora del film.
Esta Emboscada final, por su parte, mantiene su vista fija en los representantes de la ley mientras que la pareja de fugitivos apenas aparece en pantalla y cuando lo hace casi nunca vemos sus caras, excepto en el momento de su muerte. El guión de John Fusco (Océanos de fuego) y la dirección de John Lee Hancock (El fundador) escoge confrontar ese referente inevitable y ofrece una versión diferente, que intenta ser desmitificadora, pero pese a ser quizás más ajustada históricamente no consigue hacer sombra al icono.
Insisten, una y otra vez, en un discurso en exceso conservador de ley y orden, de justificación de la violencia legal y nostalgia por un pasado que, sabemos, está lejos de ser ideal. Pero, como en tantas cosas, en este camino no es posible volver atrás y, para hacerlo, los personajes principales deben heredar, también, ciertos rasgos del antihéroe.
Insisten, una y otra vez, en un discurso en exceso conservador de ley y orden, de justificación de la violencia legal y nostalgia por un pasado que, sabemos, está lejos de ser ideal. Pero, como en tantas cosas, en este camino no es posible volver atrás y, para hacerlo, los personajes principales deben heredar, también, ciertos rasgos del antihéroe.
Frank Hamer (Kevin Costner) y Maney Gault (Woody Harrelson) son presentados por tanto como una reliquia de otra época, antiguos rangers de Texas (cuerpo temporalmente desbandado entre 1933 y 1935) que vuelven al servicio para esta misión especial, superando los métodos más modernos de los policías convencionales. La dinámica entre ambos es, junto con la recreación de ambientes y paisajes, el punto fuerte de la película: el aparentemente pulcro Hamer y el más desarreglado Gault se nos muestran como personajes con matices, humanos e imperfectos; no hay forma de escapar de su pasado y su presente no puede ser más dispar, pero aquí están unidos en lo que parece una despedida crepuscular.
Narrativamente, la película se hace repetitiva, según avanza se atasca en una duración excesiva y a veces confía demasiado en los tópicos de las películas de policías (incluso no puedo evitar pensar que la sombra de True Detective es alargada). Por otra parte los hermosos planos de paisajes y carreteras del Sur y las escenas pausadas no aportan tensión a una persecución que no consigue trasmitir ninguna urgencia.
A priorí esta importancia de una serie de ladrones de bancos resulta algo difícil de comprender hoy, pero su importancia social y simbólica en los años 30 fue fundamental. En plena Depresión los forajidos atacaban las instituciones (los bancos) en que muchos de los americanos pobres, o repentinamente empobrecidos, personificaban las crueldades de la crisis sistémica. Se convirtieron en una especie de rebeldes pre-políticos, carentes de un objetivo social o una conciencia elaborada de clase, se enfrentaban al sistema pero sin cuestionar sus principios fundamentales, sin proponer en ningún momento una solución mejor. Eran sin duda terriblemente violentos en una sociedad que todavía estaba muy condicionada por la historia de violencia del salvaje oeste; en realidad el antecedente más claro de estos "Enemigos públicos" son los forajidos de la época de la Reconstrucción del Sur, de los que Jesse James y su banda son el mejor ejemplo, que igualmente toman como modelo ficticio a Robin Hood.
En general una producción correcta, bien interpretada y ambientada pero a la que le falta tensión y que queda muy lejos del referente al que intenta superar.
Puntuación: 6/10
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