Cosas para ver: Filmografía pulp (7º Parte) Monográfico años 70


Aún quedan muchas películas que pueden servir de inspiración para el director pulp, o que tocan la época o alguno de los géneros que la componen, y he pensado en dedicar una serie de entradas a analizar algunos subconjuntos particulares de estas.

En este caso he pensado empezar por una revisión de algunas de las películas ambientadas en los años 20 o 30 realizadas en los años 70, en una moda retro que se extendió también a las librerías (las reediciones de Doc Savage y La Sombra por Bantam atrajeron a toda una nueva generación de lectores en los EEUU) pero, especialmente, aquellas que más conexión, en una forma u otra, tienen con el tema que nos ocupa: el pulp en sus múltiples variantes; centrándonos en las de tipo aventurero y, en menor medida, en el cine negro y los justicieros. 

En general esta moda estaba muy ligada a un resurgir del cine de gangsters tras el éxito de Bonnie y Clyde (Bonnie and Clyde, Arthur Penn, 1967) y muchas de las historias giran en torno a criminales, bandidos,estafadores, o elementos marginales de la sociedad, como vagabundos y parados, más que a personajes heroicos, que vienen siendo más habituales en el blog.  La sensación de crisis económica y de crisis de valores que representan para América los 70 también trazaba claramente conexiones con el periodo de los 30 y la sensación de que algo se había torcido en aquella década.

Hay una actitud más cínica, quizás producto del desencanto con los sueños utópicos de los 60, y un ambiente creciente de violencia social, crisis económica y aumento de la criminalidad. Pero por otro lado hay una actitud más abierta respecto a la sexualidad y el trasfondo sexual, más o menos soterrado en los 30, se hace explícito y, muchas veces, polémico lo que permite revisitar las historias de dichos años con una visión más picante.

También es la era dorada del cine de explotación, con modas que apenas duran unos años pero que producen decenas de películas de géneros o subgéneros muy concretos, normalmente basados en el escándalo y el sexo (como por ejemplo la moda de cine nazi-erótica) y calidad más que dudosa en la mayoría de los casos y que ofrece algunos productos afines al pulp. También de las coproducciones en Europa, a menudo con estrellas americanas de capa caída o de paso, quizás la época en que más cine fantástico y de género se ha producido en el continente. Así entronca en muchos aspectos con el eurowestern, en la apropiación descarada de unos ejes temáticos y genéricos generalmente americanos. 

No pretendo repetirme y, por ejemplo, ya comenté la fallida Doc Savage: El Hombre de Bronce (Doc Savage: The Man of Bronze, 1975) de Michael Anderson en la parte 3ª o, la muy recomendable,  El carnaval de las águilas (The Great Waldo Pepper, 1975) de George Roy Hill, en la 4ª, entre otras. 

Tampoco voy a hablar, aquí, de las abundantes películas de misiones suicidas en la segunda guerra mundial, modeladas por el éxito de 12 del patíbulo ( The Dirty Dozen, Robert Aldrich, 1967) que es un subgénero en si mismo, con ejemplos como Mercenarios sin gloria (Play Dirty, Andre DeToth, 1968) o Aquel maldito tren blindado (Quel maledetto tren blindato,  Enzo G. Castellari, 1978); con personajes más oscuros que los tradicionales héroes del cine bélico anterior y a las que, posiblemente y si nada se tuerce, también dedicaré una entrada más adelante.

En busca del arca perdida (Raiders of the Lost Ark, 1981, Steven Spielberg) en cierta manera continúa esta tendencia, reuniendo la sensibilidad retro y la revitalización de géneros dejados de lado, al mismo tiempo que rompe con ella, al volver a un arquetipo más heroico, e inicia su propio moda de imitaciones y actualizaciones de aventuras de los 30... pero ya hablaremos de los 80, y los pseudo indys, en otra entrada.

Esta es una selección bastante generosa por aquellas en las que creo que hay algún elemento aprovechable como material para el rol, no son las mejores películas del mundo (algunas son incluso soberanamente malas) pero también menciono, creo, alguna joya escondida.

Bajo cualquier bandera (You Can't Win 'Em All, Peter Collinson, 1970) 
Interesante para: Mercenarios en busca de trabajo, viajeros al medio oriente

Ambientada en los años 20, en concreto a finales de la guerra greco turca (1919-1922), su argumento es muy similar ("muy similar" aquí quiere decir "casi idéntico" o "vas a necesitar un buen abogado") al western Veracruz (1954, Robert Aldrich); traslada componentes del género del oeste, y especialmente aquel ambientado en la revolución mexicana, a un entorno poco habitual como es la Europa oriental. Incluso permitiéndose un chiste sobre el tema durante la película, cuando un personaje compara a los rebeldes turcos con indios y propone tocar Garryowen.

Adam Dyer (Tony Curtis) es un aventurero sin demasiada fortuna que termina enredado con una banda de mercenarios de varias nacionalidades, liderada  por Josh Corey (Charles Bronson). Estos planean ofrecer sus servicios al mejor postor en la caótica situación que vive el país. Finalmente se les ofrece un contrato aparentemente prometedor: servir de protección a las hijas de un bey otomano, entre ellas la independiente Aila (Michèle Mercier), en su huida de los rebeldes. Mientras avanzan y retroceden, en un país sumido en el caos, asistimos a traiciones, nuevas alianzas y sorpresas que van complicando lo que parecía un trabajo sencillo.

Tony Curtis encarna a un encantador conquistador con facilidad para las palabras y Bronson interpreta al tipo duro, con su habitual laconismo, formando una pareja poco habitual; dos estrellas con carreras y estilos interpretativos muy diferentes y que muestra a las claras lo extraño que era el mundo del cine en la época, con los estudios tradicionales en crisis y el nuevo Hollywood ofreciendo caminos nuevos y los supervivientes de la época anterior intentando adaptarse a este paisaje cambiante con más o menos fortuna. 

Ambos actores terminaron peleados con el director. el británico Peter Collinson, más recordado por la dirección de Un trabajo en Italia (The Italian Job, 1969), y soltando pestes sobre él y sobre la producción a la menor ocasión. 

Pero pese a estas declaraciones de sus estrellas, es una producción entretenida de aventuras que aporta algunos elementos novedosos, al menos en su ambientación. Los personajes resultan escasamente simpáticos y es difícil interesarse demasiado en sus cambios de fortuna, la verdad es que por momentos casi tienes ganas de que, simplemente, los quiten de en medio.

Curiosamente la película, aunque se rodó en Turquía y contó con algunos actores turcos, además de la colaboración de las autoridades, fue luego prohibida durante décadas en el país, quizás por no dar una imagen demasiado amable de su periodo fundacional y sus héroes nacionales.


Borsalino (Jasques Deray 1970)  y Borsalino y compañía (Borsalino and Co., Jacques Deray, 1974)
Interesante para: criminales y sus oponentes

Es cierto que, en general, esta filmografía (y el cine que comento en el blog) es fundamentalmente norteamericana, quizás por que en general es el cine que más he visto, y sigo viendo, o quizás por el distinto acercamiento a los géneros desde el cine europeo. Mientras el cine americano ha abrazado el cine de género casi desde su inicio y, pese a lo que esto supone en tendencia a la reproducción de fórmulas repetitivas, el cine europeo ha tenido una relación más ambivalente, normalmente reduciendo su producción de aventuras a infraproductos, de escasa trascendencia y valor (especialmente en la era dorada de las coproducciones). 

Este no es el caso de este díptico, que cuenta con dos de las mayores estrellas francesas de la época (Alain Delon y Jean-Paul Belmondo) aunque no puede evitar reminiscencias estéticas y argumentales propias del cine de gangsteres americano, como la utilización de la Thompson con su cargador redondo como arma icónica del criminal bien equipado. En la silla de director Jacques Deray es un habitual de policiaco, habiendo trabajado con ambos protagonistas en otros proyectos.  El éxito de taquilla fue abrumador pero también provocó un agrio enfrentamiento entre ambas estrellas en las que Delon, que era también productor, llevaba las de ganar.

Ambientándose en la ciudad de Marsella, utiliza como base las trayectorias de dos criminales reales,  Paul Carbone y François Spirito, para contarnos la historia de Roch Siffredi (Delon) y François Capella (Belmondo) en su ascenso en el submundo criminal de la ciudad. Este es retratado de forma poco glamurosa en general, con las calles reales de Marsella sirviendo como escenario, sin esconder demasiado los cambios sufridos en las décadas intermedias.

La primera película se inicia con Siffredi recién salido de la cárcel, para descubrir que su amante, Lola  (Catherine Rouvel), ha encontrado refugio en los brazos de Capella. Tras la inicial pelea, una escena particularmente divertida, ambos deciden aliarse para mejorar su posición en el submundo criminal de la ciudad. Aunque al principio sus planes se encuentran con algunos cómicos fracasos. poco a poco, según suben las apuestas, las cosas comienzan a ponerse serias .

La segunda parte, ya sin Belmondo, continúa exactamente donde lo dejó la anterior, pero con un cambio de tono: es más violenta y tensa, lo que conlleva cierta perdida de la frescura, ironía y ligereza de la primera. También se introducen un elemento político, no demasiado convincente: su nuevo oponente cuenta con apoyos políticos desde la Italia fascista (lo que contrasta con la verdadera historia de Carbone y Spirito, ya que estos fueron acusados de colaborar con las fuerzas ocupantes durante la II Guerra Mundial). Es una película algo inferior pero todavía digna de verse.

Finalmente: sí, parece ser que el nombre del otro Siffredi, en que estás pensando, fue tomado del personaje de Delon.

Zeppelin ( Etienne Périer, 1971)
Interesante para: espías, ingenieros

Los dirigibles son parte habitual en la aventura pulp y del dieselpunk, desde las mismas revistas (aquí un interesante artículo sobre el tema, en inglés) y, por supuesto en el cine inspirado por ellas; su característica silueta se deja ver en Indiana Jones, Rocketeer o Capitán Sky, por citar sólo algunas de las más icónicas.

Para mi, hay algo ciertamente fascinante en esas naves aéreas, tan diferentes a un avión en todos los aspectos. Además de ser algo que, entonces, era una maravilla tecnológica y que hoy es, prácticamente, una reliquia del pasado, trasmitiendo cierta sensación de camino no tomado, casi de alternativa utópíca.

Los 70, reflejando los 20-30,  no dejan por ello de tener sus películas con dirigibles, quizás la más conocida sea la recreación del desastre del Hindenburg (Robert Wise, 1975), de la que hablaremos un poco más adelante. Mientras que aquí nos encontramos con una propuesta mucho más modesta, pero bastante bien resuelta.

Zeppelin nos cuenta la historia de un espía, Geoffrey Richter-Douglas (Michael York) que durante la Gran Guerra aprovecha su origen germano-escocés para infiltrarse e intentar sabotear el proyecto de construcción de un nuevo modelo de zepelín, el LZ36.

Allí se reencuentra con un viejo amigo de la familia, el profesor Christian Altschul (Marius Goring) y su joven y atractiva esposa Erika (Elke Sommer), matrimonio de ingenieros trabajando en el nuevo modelo. Como antagonistas tenemos al Coronel Hirsch, interpretado por  Anton Diffring, que repite por enésima vez como cruel oficial alemán (aunque esta vez al menos no le toca ser un nazi) y al Mayor Tauntler (Peter Carsten).


El plan alemán, digno de un verdadero villano pulp, es utiliza el nuevo LZ36 para infiltrarse en territorio británico y robar o destruir documentos históricos almacenados en el, imaginario, castillo escocés de Balcoven, incluyendo una de las copias originales de la Magna Carta. 

La mayor parte de la película se desarrolla en el interior de, o en torno al, LZ36, utilizando sus estrechos espacios para aumentar la tensión ante el posible descubrimiento (y si nos fijamos veremos que hay unos cuentos de estos dramas en espacios cerrados en esta filmografía). También tiene algunas eficaces escenas de combate aéreo, resueltas con una mezcla de ingenio y entusiasmo (con maquetas para el zeppelin y planos de aviones reales) que compensa las dificultades técnicas.

Pánico en el transiberiano (Eugenio Martín, 1972)
Interesante para: cosacos modernos, investigadores racionalistas

Pánico en el transiberiano es una película española (coproducción como corresponde a su época) de género, protagonizada por un elenco internacional de caras bien conocidas y, pese a evidentes limitaciones presupuestarias, bastante conseguida con  un argumento imaginativo y muy divertido.

Es una película por la que siento cierto afecto, que quizás me hagan más proclive a obviar sus limitaciones y remarcar sus aciertos. Y eso que, en general, no comparto la fascinación de algunos por los supuestos hitos del cine fantástico español de la época como los zombies templararios de Armando de Ossorio o la saga del hombre lobo Waldamar Daninsky (y aún menos la filmografía de Jesús Franco)La película evita los excesos argumentales y formales que a menudo lastran del fantaterror español, con una resolución más sobria y efectiva que parece mirarse en la Hammer, sin verse demasiado mal en la comparación.

Un afamado antropólogo, Sir Alexanter Saxton (Christopher Lee), viaja en el Transiberiano entre Pekín y Moscú junto con los restos congelados de un humanoide que ha encontrado en una cueva en Manchuria. En el tren también baja un antiguo colega/rival, el doctor Wells (Peter Cushing). Cuando empiezan a sucederse las muertes extrañas los dos científicos, así como una variada mezcla de personajes (interpretados en su mayoría por actores y actrices españoles) deben enfrentarse a una amenaza a medio camino entre el terror y la ciencia ficción, con ciertas resonancias a ¿Qué sucedió entonces? (Quatermass and the Pit,  Roy Ward Baker, 1967). A ellos se unirá más adelante un grupo de cosacos, comandados por el teatral capitán Kazan (Telly Savalas). Las actuaciones son más que dignas (pese a la triste circunstancia de la reciente muerte de la mujer de Peter Cushing, poco antes del rodaje) y el ambiente está muy conseguido. Entre los actores de habla hispana destacar al alucinado sacerdote interpretado por  el argentino Alberto de Mendoza, con fuerte resonancia rasputiniana.

En cuanto a efectos no puede compararse con producciones posteriores aunque se resuelve con dignidad. Como ya he indicado el intento de recordar a la Hammer es claro y no solo por el reparto, si no también en el vestuario, el color y el diseño general de producción. 

Aunque ambientada antes de la era pulp, en 1906 para ser exactos, sus elementos son tan deliciosamente fantásticos que en mi cabeza no puedo dejar de asociarla al pulp. Quizás sea perfecta para plantear una aventura que sirva como continuación a lo que vemos en la película.


La ira de Dios (The Wrath of God, Ralph Nelson, 1972)
Interesante para: irlandeses expatriados, sacerdotes díscolos

Esta curiosa película, dirigida por un profesional bregado en la televisión, Ralph Nelson, un director que lo mismo te hacía una aceptable comedia romántica (Operación Whisky, 1964) que un film de ciencia ficción (El embrión, 1976) y que aquí hace un extraño western tardío, ambientado en un difuso país centroamericano (que parece México pero que, explícitamente, no lo es), protagonizado por unos personajes excéntricos y oscuros.

El padre Oliver van Horne (Robert Mitchun) oculta más de un secreto mientras viaja por este México/No México que se encuentra en los últimos compases de una revolución sangrienta. En medio de las festividades del Día de los Muertos, que se entrecruzan con las ejecuciones de los últimos enemigos de la revolución, se cruza con el irlandés Emmet Keogh (Ken Hutchison), que parece haber dejado su país tras el fracaso de sus propios sueños revolucionarios.

Sin pretenderlo se ven forzados, junto con el traficante de armas Jennings (Victor Bouno), a participar en una misión para acabar con un autocrático líder local Tomas de la Plata (Frank Langella) que se convertido en amo y señor de un pequeño valle, bendecido por una mina de plata, en medio del conflicto.  También debemos mencionar el papel pequeño, pero importante, a la legendaria Rita Hayworth, como la madre de Tomas, en el que sería desgraciadamente su última actuación debido a los estragos del Alzheimer.

La película cuenta con algunas escenas bien planificadas y resueltas, como el asalto a la Iglesia y otras que resultan casi chapuceras, con algunos sorprendentes momentos que vale más experimentar que explicar. El humor irreverente que domina algunas escenas, y algunas de estas que resultan exageradas o mal resueltas, han hecho que algunos hayan calificado esta película como una parodia, pero personalmente creo que el resultado final es un eficaz pero muy irregular film de acción y aventuras.

Asesinato en el Orient Express (Murder in the Orient Express,Sidney Lumet, 1974)
Interesante para: amantes de los misterios, belgas

Esta es una de esas películas corales, en que se puede ver una verdadera galería de algunos de los rostros más reconocibles del cine de su época en una trama que ya, por clásica, se ha convertido en tópica. Encerrado en un espacio muy limitado, el tren del título detenido en la nieve, el gran detective Hercules Poirot (magníficamente interpretado por un aún joven Albert Finney) debe desvelar la identidad de un asesino, mientras va desenterrando capas de secretos, misterios y mentiras.

La recreación de los lujosos interiores del tren es de obligado visionado para cualquier narrador de la mítica campaña de la Llamada de Cthulhu. La estructura, incluyendo los flashbacks sobre lo sucedido y la larga escena en que Poirot desvela sus conclusiones, es típica de esta clase de misterios. Evita un particular defecto que a mi a veces me incomoda en estas películas, si no me equivoco (podría ser) en ningún momento nos muestra mentiras, todo lo que nos muestra en imágenes es cierto.

Un reparto internacional, con un núcleo de grandes interpretes británicos reforzados por norteamericanos y franceses. Desde estrellas del cine clásico como Lauren Bacall e Ingrid Bergman (que ganó un Oscar por su participación), algunos clásicos menores como Richard Widmark o Wendy Hiller y otras en pleno momento estelar como Sean Connery, Michael York o Vanessa Redgrave, por limitarme a citar a unos pocos. Lumet argumentaba que, en una película con tantos personajes importantes, esta multitud de rostros conocidos ayudaría a los espectadores a distinguir a los personajes, y, añado, quizás también consiguen proyectar parte de su imagen extrafílmica para dar mayor presencia a aquellos que tienen poco tiempo para presentarse y desarrollarse.

Lumet consigue sacar magnífico partido al espacio que se le ofrece, moviendo la cámara con habilidad pese a lo confinado del espacio, algo especialmente notorio en los compartimentos de pasajeros. Es una película sobre todo de actores y el director sabe aprovechar todas las interpretaciones. Algunas de ellas son extremadamente breves  pero sobre todas destaca el muy apreciable Poirot de Finney, la verdadera estrella de la función.

El éxito de la película significó la aparición de varias secuelas, ahora con Peter Ustinov en el papel de Poirot, y su propio reparto plagado de estrellas en Muerte en el Nilo (1977)Muerte bajo el sol (1982) y la tardía, y más modesta, Cita con la muerte (1988) producida, en este caso, por la infame Canon. 

También es una más de las distintas variaciones del clásico whodunit durante los 70 y los primeros ochenta, incluyendo la magnífica parodia Un cadáver a los postres (Murder by Death, Robert Moore, 1976) en que podemos encontrarnos una versión ridícula no sólo de Poirot , si no de otros muchos grandes detectives de los 30 y los 40, como los Dick y Nora Charles (de la imprescindible serie del Hombre Delgado), Philip Marlowe, Charlie Chan o Miss Marple.


Los aventureros de Lucky Lady (Lucky Lady, Stanley Donen 1975)
Interesante para: contrabandistas de alcohol, ejecutivos de Hollywood

En plena Prohibición, la reciente viuda Claire (Liza Minnelli) trabaja como cantante en un local de mala muerte en Tijuana, pero  tiene un plan; ha ahorrado un dinero, con el que pretende iniciar su propio negocio de contrabando de alcohol a ambos lados de la frontera

Mientras tanto ella y su amante, Walker Ellis (Burt Reynolds), realizan otros trabajillos ilegales, como pasar inmigrantes a Estados Unidos. En el último de esos viajes, que resulta un fiasco cuando son interceptados por la guardia fronteriza, conoce a Kibbi Womack (Gene Hackman), un norteamericano que quiere volver al país sin cruzarse con las autoridades, y que se convierte en el tercer componente de su negocio y su relación, quizás la parte más arriesgada de la película. 

Los tres adquieren un barco, el Lucky Lady, y contratan al joven Billy (Robby Benson) tan experto en cuestiones navales como inexperto en la vida para que les ayude a tripularlo. Por supuesto la mafia que controla el negocio del alcohol no quiere nuevos jugadores en el tablero, utilizando cualquier medio para librarse de ellos y todo conduce a un enfrentamiento final a gran escala.

El resultado es una comedia de acción que, en general, decepciona, quizás por ser un intento, demasiado forzado, de intentar conseguir el éxito perfecto en un laboratorio, o en los despachos de los estudios  (no, no es algo que se haya inventado ahora con el algoritmo), pero sin que nada termine de encajar de forma natural. Juega con el típico triangulo amoroso del cine, en su versión más abierta de los 70: los tríos más o menos consentidos (no secretos, o platónicos, como era tradicional en el melodrama hollywoodiense) o incluso cierta sugerencia de bisexualidad, fue una característica también curiosa del cine de los 70, quizás impulsada por el breve momento de libertad sexual (ahogado por la vuelta al puritanismo en los 80) esa sugerencia de que, a lo mejor, había algo entre esos dos tipos duros.

La química entre los protagonistas es nula (quizás ayudara que Hackman solo llegó como sustituto de última hora de George Segal) y la historia no va realmente a ninguna parte, con algunas pocas buenas ideas desperdigadas por el metraje (como los encuentros con el desquiciado oficial de guardacostas), pero en general unos personajes y desventuras que no llegan a importarnos en ningún momento.

Mencionar que, además de esta, Reynolds intenta varios proyectos más, ambientados en los 20-30 durante su carrera con resultados bastante irregulares. Podemos verle, por ejemplo, en el musical Por fin, el gran amor (At Long Last Love, 1975, Peter Bogdanovich) o en Ciudad muy caliente (City Heat, 1984, Walter Benjamin), en esta última compartiendo pantalla con Clint Eastwood.

Existe mucha leyenda en torno al final de esta película, se cuenta que en el guion original este era mucho más trágico que el finalmente utilizado y que fue decisión de los estudios sustituirlo, de forma tardía, tras las primeras proyecciones de pruebas. Teniendo en cuenta el pobre resultado de lo que se ve en pantalla, queda la curiosidad por ver que podría haber salido de ahí, pero también la sospecha de que un final mejor no habría salvado a la película de su mediocridad.

El Luchador (Hard Times o The Streetfighter, Walter Hill, 1975)
Interesante para: boxeadores clandestinos, vagabundos

Otra película más con Charles Bronson, y no será la última, el ritmo de trabajo de Bronson en esta década es envidiable y pese a sus limitaciones actorales más que apreciable. En este caso, como en otros, el habitual laconismo de Bronson,y su físico rocoso, resultan perfectos para el papel que le toca interpretar, personalmente es mi película favorita protagonizada por él.

El vagabundo, especialmente aquel arrojado a las calles por la Depresión, es un arquetipo del cine ambientado en los 30, ya desde Al servicio de las damas (My Man Godfrey, Gregory La Cava, 1936) o los Viajes de Sullivan (Sullivan's Travel, Preston Sturges, 1941) y fue a menudo revisitado en los 70, con una visión más amarga. 

Es aquí el hombre sin pasado y sin futuro, perdido en un mundo que no tiene espacio para él, pero también un símbolo de libertad, sin estar atado a nada ni a nadie. En cierta forma hereda parte de la mística del vaquero como símbolo de justicia más allá de la ley, que también tiene una era dorada en la década del western revisionista y contestatario. 

En este caso el veterano Chaney (Charles Bronson) es uno de estos personajes sin hogar, del que no sabemos mucho más, que tiene un talento natural para los combates ilegales de boxeo. Tras vencer en uno de ellos, conoce a Speed (James Coburn), quien se convierte en su manager y éste, a su vez, recluta a un borrachín doctor, conocido como Poe (Strother Martin), para ocuparse de las heridas del luchador. 

Chaney va enfrentándose a luchadores cada vez más difíciles, ascendiendo en el escalafón del circuito ilegal del Sur de los EEUU, casi como si se tratara de un videojuego de lucha (aunque la influencia, lógicamente, es la contraria). Por el camino, siempre con conciencia de algo pasajero, Chaney conoce a una camarera solitaria, Lucy Simpson (Jill Ireland, esposa de Bronson en la vida real), cuyo marido se encuentra en prisión y con la que le une una relación igualmente sin pasado (y sin futuro).

El, hasta entonces, guionista Walter Hill dirige con esta su primera película; pero no parece, para nada, primerizo, y encadenará en los siguientes años una serie de películas muy interesantes, (Driver, Los Amos de la noche, Calles de fuego entre otras) pero no volverá a visitar la década de los 30 hasta la, ya comentada aquí, El Último Hombre (Last Man Standing , 1996).

Otro guionista metido a director por los mismos años fue John Millius (conocido por estos lares, sobre todo, por su Conan, el Bárbaro), que dio el salto con otra película de ambientación en los años 30 producida por el mismo estudio, Dillinger (1973). Este biopic del famoso gangster, que cubre un terreno argumental parecido a la más reciente Enemigos públicos (Public Enemies, 2009, Anthony Mann), es una película encomiable resuelta con economía de medios pero mucho descaro. También Scorsese realizó su segunda película en torno a criminales de los años 30, la interesante El tren de Bertha (Boxcart Bertha, 1972), con Barbara Hershey y David Carradine.

Por cierto hay otra película de los mismos años que se comercializó en estados unidos (y en España) como The Street Fighter (Gekitotsu! Satsujin ken, 1974, Shigehiro Ozawa). Esta es una alocada película de artes marciales con el mítico Sonny Chiba, recomendable, pero sin conexión con el film de Hill.

Aquel loco loco oeste (Hearts  of the West, Howard Zieff, 1975) 
Interesante para: extras de cine, escritores pulp

Aquí la conexión con el pulp es directa, aunque centrada en un género que por su carácter autónomo apenas he tocado aquí: el western. Y no lo he hecho pese a que quizás haya sido el género más popular de las revistas populares por ser un género muy codificado, con sus propias características que superan en mucho el marco del pulp. 

Lewis Tater (Jeff Bridges) es un joven inocente que sueña con ser escritor de novelas del oeste, al estilo de su ídolo Zane Grey. Tanto es así que se apunta a los cursos a distancia de la Universidad de Titan (Nevada). Pero cuando decide ir a conocer el campus descubre que no es más que una estafa, perpetrada por dos bribones locales, con intención de desplumar a incautos como él. Intentan robarle, pero tras una confusa situación, es Lewis el que se termina llevando el coche de los estafadores y, sin saberlo, sus pingües ganancias. Sin saberlo, y decidido a triunfar, decide enfilar hacia Hollywood para cumplir, pese a todo, su sueño. 

Allí comienza a trabajar como extra y especialista en películas del oeste, en las que traba amistad con el veterano Howard Pike (Andy Griffith) y con una independiente script-girl Miss Trout (Blythe Danner). Destaca también el papel de Alan Arkin como el director Kessler, un tipo bastante poco recomendable en general.

Una comedia amable y desenfadada, aunque algo lenta, aupada por la interpretación de Bridges, magnífico como el joven inocente, que se deja llevar demasiado a menudo por su entusiasmo y sus fantasías.

El mundo de Hollywood visto desde abajo, muy lejos de las grandes estrellas y los ambientes elegantes, es quizás una de las partes más interesantes de la película para mi. 

Existen otro buen puñado de películas sobre el Hollywood clásico producidas en los 70, como El último magnate (The Last Tycoon, Elia Kazan, 1976), el biopic Valentino (1977, Ken Russell), a el telefilme Los ídolos también aman (Gable and Lombard, 1976), pero en general se centran en la realidad más glamurosa de los jefes de los estudios y las estrellas y no tanto en los curritos del film de serie B. En ese sentido, quizás otra a mencionar sea Nickelodeon (1976, Peter Bogdanovich) con Burt Reynolds y Ryan y Tatum O'Neill y la modelo Jane Hitckcock como unos ineptos pioneros del cine en los años 10.

Curiosamente, cuando en Hollywood se derrumbaba el sistema de estudios muchos directores echaban la vista atrás a los 30, el momento en que estos habían nacido, o a los 20, el periodo anterior a su hegemonía. Estas visiones van desde lo romántico a lo prosaico y muestran una tendencia del cine americano, y su industria, ha hablar de si misma que no siempre ha sido recibida por entusiasmo por el público, pero que suele ser del agrado de los directores y de la academia. 

También hay otra Aquel loco, loco oeste (C'era una volta questo pazzo, pazzo, pazzo west, Francesco Degli Spinosa, 1973) un spaghetti-western calificado por algunos "el peor western de la historia", aunque yo no he tenido el valor, ni la ocasión (todo sea dicho), de enfrentarme a ella.

Hindenburg (Robert Wise, 1975)
Interesante para: viajeros de la alta sociedad, conspiradores

Si Zeppelin, de la que hablé más arriba, en cierta forma habla de los momentos iniciales de la era dorada de los dirigibles, esta otra película gira en torno a un hecho determinante en su ocaso, el desastre de la nave de pasajeros  LZ 129 Hindenburg, el 6 de Mayo de 1937. Se trata pues de una combinación de dos modas distintas que coincidieron en la década de los 70: la nostalgia por los años 30 y el cine de catástrofes.

La película reúne un amplio reparto coral que incluye pasajeros y personal del dirigible en sus último viaje. Entre ellos se encuentran el Coronel de la Luftwaffe Franz Ritter (George C. Scott) y el miembro de la Gestapo Martin Vogel (Roy Thinnes), encargados de garantizar la seguridad ante las amenazas de atentado contra el dirigible. Su investigación modela gran parte de la película siguiendo el esquema  típico del whodunit aunque esta vez con el crimen todavía en el futuro. Se van desechando sospechosos, se comprueban coartadas, se siguen varias pistas falsas... mientras Ritter y Vogel, que comienzan como aliados, se van perfilando como oponentes.

La película se hace larga y no termina de funcionar, pero la recreación del ambiente del dirigible y las espectaculares escenas del accidente están muy conseguidas. El modelo del viaje del Hindenburg, con, otra vez, su espacio cerrado y su multitud de sospechosos, es muy habitual en las partidas de rol y la historia que utiliza la película puede utilizarse, fácilmente, para una o más aventuras. Con un par de añadidos incluso se podría introducir elementos fantásticos o terroríficos con facilidad, es posible, en ese caso, que la destrucción sea un mal necesario para evitar males mayores, si optamos por la narrativa lovecraftiana.

Un efecto parecido produce El Viaje de los malditos (Voyage of the Dammed, 1976, Stuart Rosenberg) con un magnífico reparto (incluyendo a Faye Dunaway, Orson Welles, James Manson o Malcolm MacDowell, entre otros) encabezado narrando los dramáticos destinos de los pasajeros del SS St. Louis en 1939, intentando escapar de la Alemania nazi. 


Marchar o morir (March or Die, Dick Richards, 1977)
Interesante para: Legionarios, fans de Trinidad

Un subgénero muy característico del cine de aventuras de los 30 eran las películas que giraban en torno a las desventuras de los miembros de la Legión Extranjera Francesa, Bajo dos banderas (Under Two Flags, Frank Lloyd, 1936) , Marruecos (Morocco, Josef von Sternberg) y los múltiples remakes de Beau Geste (especialmente la versión de 1939, con Gary Cooper y dirigida por William A. Wellman) habían definido los elementos clásicos del mismo y  se habían seguido produciendo algunos ejemplos de la misma en los 50 y los 60 e, incluso, en 1966 se había estrenado todavía la enésima versión del clásico de P.C. Wren (Beau Geste, Douglas Heyes, 1966).

Pero una película sobre la Legión en 1977, tras las guerras de Vietnam o Argelia, no podía ser igual que las visiones de los 30; el colonialismo que era aún una realidad cotidiana en los 30 era ya mayormente un recuerdo en los 70, sustituido por formas más sutiles de dominación. Así la película que nos ocupa debe asumir parte de la crítica al militarismo y el colonialismo, pero igualmente no es capaz de desecharlos por completo. Curiosamente existen dos versiones, con un final totalmente opuesto, de la película, que parecen, ofrecer dos conclusiones completamente diferentes a esta tensión entre unos personajes coloniales y unos espectadores post-coloniales.

Este intento de resucitar el género quizás estuvo influenciado por el éxito de El viento y el león (The Wind and the Lion, 1975, John Millius), en que Sean Connery derrocha carisma como líder beduino, y que resolvía dichas contradicciones vertiendo sus simpatías del lado de los colonizados. 


Un reparto internacional con grandes nombres como Gene Hackman, Catherine Deneuve y el recientemente desaparecido Max von Sydow, en que el protagonismo sin embargo recae en el italiano Terence Hill, en un intento de desembarcar en el mercado americano. Y, por seguir con lo internacional, aunque la producción es británica el rodaje se realizó principalmente en Almería. 

Tras finalizar la Gran Guerra un regimiento de la Legión, formado principalmente por nuevos reclutas tras las bajas sufridas en las trincheras, es enviado a Marruecos para proteger una excavación arqueológica en Erfoud, pese a la amenaza que representan las tribus reunidas por el líder beduino El Krim (Ian Holm).

Entre los reclutas se encuentra Marco Segrain (Hill), un ladrón de joyas pero buen corazón, que se ve enfrentado a menudo a la dura disciplina  impuesta por el Mayor Foster (Hackman), norteamericano torturado por sus recuerdos de la Gran Guerra. También Simone Picard (Deneuve) viaja a Argelia, pero la subtrama romántica está un poco metida con calzador, proporcionando poco más que algunos momentos para lucimiento del pícaro interpretado por Hill. El resto de soldados, una variopinta mezcla de personajes de diversas nacionalidades, tampoco consigue destacar, excepto quizás por su físico peculiar el forzudo ruso Ivan (Jack O'Halloran) o el elegante músico ataviado con sombrero de copa (interpretado por André Penvern).

El elemento arqueológico es muy breve pero tirando de ese hilo sería fácil utilizar elementos de esta película para la típica aventura a lo Indiana Jones. Incluso diría que se puede rastrear la influencia de la película en las escenas iniciales de la primera de la serie de la Momia  de Stephen Sommers  (recordemos, con los legionarios capitaneados por Rick O' Connell asediados en las ruinas donde yace el inmortal Imhotep) 

Ese mismo año también se estrenó Mi bello legionario (The Last Remake of Beau Geste, Marty Feldman, 1977) una parodia (también los 70 son una buena época para la parodia) de la típica historia de legionarios, en este caso protagonizada, escrita y dirigida por el peculiar  Marty Feldman, al que la mayoría conocemos por las destornillantes películas de Mel Brooks, especialmente la genial el Jovencito Frankenstein (Young Frankenstein, Mel Brooks, 1974).


Caza Salvaje (Death Hunt, Peter R. Hunt, 1981)
Interesante para: tramperos, monties

Aunque ya de la década de los 80, Caza Salvaje continúa muchos elementos temáticos, y además cuenta en los papeles protagonistas con dos actores clásicos de la década anterior como Charles Bronson y Lee Marvin.

Ese mismo año, En Busca del Arca Perdida (Raiders of the Lost Ark, Steven Spielberg, 1981) acabaría con la visión de los 70 y daría comienzo a una nueva oleada de películas ambientadas en la época (de las que también hablaré más adelante) pero con una sensibilidad muy diferente: más nostálgica, menos crítica, y más espectacular, más conectadas con el triunfalismo de los 80 que con la desilusión de los 70.

Ambientada en el salvaje Yukon canadiense entre 1931 y 1932 sigue la persecución implacable a la que se ve, injustamente, sometido Albert Johnson (Bronson) dirigida por el desencantado sargento de la Policía Montada Edgar Millen (Marvin), junto a ellos aparece brevemente Angie Dickinson (Rio Bravo, A Quemarropa) como la viuda Vanessa MacBride, en uno de los escasos papeles femeninos del film, y también Carl Weathers (Apollo Creed en la serie Rocky). 

Bronson interpreta al enésimo personaje de pocas palabras, que intenta trasmitir por medio de miradas lastimeras algún drama interior, del que nunca llegan a darnos más que indicios, mientras que el personaje de Marvin es un hombre cínico y desencantado. Sin compartir casi escenas  la película consigue establecer la corriente de identificación y simpatía entre ambos, pese a encontrarse en lados contrarios de la ley, de forma más que efectiva.

La historia se basa bastante remotamente en un caso real, el llamado Trampero Loco de Rat River; una historia realmente curiosa (por ejemplo aún hoy se discute la identidad y motivos del verdadero Albert Johnson) con los suficientes elementos para haber inspirado varios libros, películas y adaptaciones. La película añade, por ejemplo, rumores de la presencia de un asesino en serie distinto que Johnson, llamado este el Trampero Loco (que asesina a los cazadores para hacerse con sus dientes de oro) y aumenta mucho el nivel de violencia, y bajas, de la verdadera persecución. Con un poco de pulido esta historia fácilmente podría convertirse en una aventura de terror lovecraftiano (o blackwoodiano si queremos) con la intervención del Wendigo u otros espíritus del terreno salvaje.

Peter R. Hunt es más reconocido como editor, y  después director de la segunda unidad, de varias películas de la franquicia 007 entre 1962 (con 007 contra el Doctor No) y 1969, cuando culminó su relación con la franquicia dirigiendo 007 al servicio secreto de su Majestad.  Aprovecha bien los paisajes naturales y maneja bien la tensión durante todo el metraje, para una historia menor pero bien aprovechada.


Adios, muñeca (Farewell, My Lovely, Dick Richards, 1975) 
Int
eresante para: Detectives ajados, exconvictos 

Es una magnífica versión de la novela de Raymond Chandler del mismo título, que ya había sido llevada al cine como Historia de un detective (Murder, My Sweet, 1944, Edward Dmytryk). En ese momento ya había habido una reciente adaptación de Chandler, El largo adios (The Long Goodbay, 1973, Robert Altman). Esta, aunque basada en una novela de 1953, llevaba la acción a los años 70 e introducía un tono satírico extraño, aunque ofrecía una divertida interpretación de Elliot Gould en el papel de un Marlowe, bastante perdido.

En esta ocasión, sin embargo, es un veterano como Robert Mitchun quien interpreta al detective; más cerca de los 60 que de los 50, la elección del actor (y el monólogo inicial en que habla de lo viejo que se siente) sirve casi como comentario sobre el género y las historias de detectives, vistas como algo viejo y cansado, pero aún capaces de producir una gran película. Además la visión cínica y desengañada (y violenta) de los 70 se adapta perfectamente al Marlowe literario. También visualmente está claramente situada en los modos estéticos de su tiempo, con una fotografía realista, muy lejos de la estilización visual del noir clásico (aunque algo puede verse aún en la composición de las escenas más formales). 

En el verano de 1941 (cambiando ligeramente las fechas de la novela, publicada en 1940), mientras Joe diMaggio intenta batir el récord bateando con los Yankees y Hitler invade Rusia, Marlowe es contratado por un matón enorme, conocido como Moose Malloy. Moose acaba de salir de la cárcel y quiere encontrar a su antigua novia, Velma, (Charlotte Rampling) con la que dejó de tener contacto hace dos años. El hilo se va enredando e implicando a figuras del hampa y de la alta sociedad, mostrando unos contactos transversales entre ambos lados de la ley y todos los niveles de la sociedad. Como detective privado, Marlowe está un poco en tierra de nadie y, siendo un extraño que no está a gusto en ningún lugar, es admitido tanto en los barrios bajos como en las mansiones más lujosas, incluso en los terrenos limítrofes como los casinos ilegales o los prostíbulos de lujo. 

En otros papeles destacar a Charlotte Rampling, hermosísima aunque algo desaprovechada, o al gigantesco Jack O'Hollaran, que pese a su carrera no demasiado distinguida es la segunda vez que aparece en esta entrada tras su participación en Marchar o morir. Y entre los papeles menores aparece fugazmente Sylverter Stallone, como un matón anónimo, y el escritor de género Jim Thompson (1280 Almas), como el juez Grayle.

El éxito de esta propició que se rodara poco después otra adaptación de Chandler protagonizada por Mitchun, si bien más sui generis, ya que también traslada la acción al tiempo presente (como la de Altman que menciono más arriba) y, en este caso, a Inglaterra, titulada Detective Privado (The Big Sleep, 1978, Michael Winner). El campo del neo-noir, con ambientación contemporánea, es abonoado para algunas grandes películas (mencionar únicamente dos de mis favoritas Driver y La Huida) pero de interés más limitado para las campañas pulp. 

Comentarios